15 de febrero de 2006

Until the End of the World (noticias desde el culo del mundo)

Publicado en Arucas Digital, en febrero de 2006.

Por Mauricio Torrealba

Uno. Si vas para Chile. “y verás como quieren en Chile / al amigo cuando es forastero” reza la canción. El vals, original de los años 60, fue popularizado por el conjunto “folclórico” Los Huasos Quincheros, suerte de portavoces musicales del gobierno de Pinochet, instalando lo que me parece ser el mito principal de la “identidad nacional” chilena (si es que tal cosa existe). Señor forastero, venga. Chile es en verdad un lindo país. “Naturaleza que conmueve”, es el slogan con que las autoridades del turismo nos promueven afuera. Sin embargo, si quiere ser conmovido, y además comprobar cómo lo quieren por el solo hecho de ser extranjero, traiga suficiente dinero. Más que suficiente, en caso que su lugar de origen sea Bolivia, Ecuador, Perú o Asia en general, o, si no pertenece a las etnias europeas tradicionales, lo más conveniente será pasar como visitante con intenciones de invertir. De lo contrario, ármese de paciencia y coraje. Al amigo forastero, cuando es peruano o boliviano, se lo quiere… lo más lejos posible… humillar… contratar como mano de obra barata. Digo, los chilenos somos capaces de conservar cierta compostura diplomática, siempre y cuando no aflore algún comentario acerca de las bondades de cada tierra. Dado el caso, el himno nacional será siempre el mejor entonado, nuestra bandera la más hermosa, nuestra tierra la más noble. Se lo invitará a unirse a los inmigrantes cesantes que matan el tiempo en nuestra Plaza de Armas, lugar que se ha ganado la denominación de Pequeña Lima, no sin cierto sarcasmo y desagrado. Si es descendiente inca, por ningún motivo cometa el error de decir que el pisco peruano es mejor… mucho menos que el pisco es peruano. La noble raza chilena se enorgullece de ser propietaria exclusiva del exquisito aguardiente, originaria, como todos DEBEN saber, del insignificante pueblito de Pisco, entelequia creada por los intelectuales que nos gobernaban durante los años 80, reclamando de esta forma para sí los derechos de denominación de origen de dicho brebaje. En ningún caso haga alusión a que los leones de bronce que adornan la avenida Providencia son parte del botín que nuestros valientes soldados arrancaron de la Plaza de Armas de Lima, ni mencione el saqueo del cual fue objeto su Biblioteca Nacional. Para los chilenos, los hermanos peruanos y bolivianos son gente simpática en la medida que usen sus trajes tradicionales, pero jamás deben olvidar que los derrotamos en “heroico” combate, y que el resultado de una guerra llevada a cabo hace más de 120 años marcó por los siglos de los siglos la superioridad natural que tenemos frente a ellos. Representan todo lo que no queremos ser, amén de la ignorancia absoluta que detentamos respecto de su historia prehispánica.

Sin embargo, si usted ha sido bendecido con un pasaporte europeo, venga sin ningún tipo de prevenciones. Será tratado como el pariente que viene de la madre patria a visitar a los hijos pródigos. Le haremos saber por qué, según nosotros, somos los ingleses de Sudamérica. Sabrá que éste es un país tranquilo, con bajos niveles de delincuencia, con una estabilidad política que llega a ser soporífera. Y será efectivamente conmovido por las bellezas naturales con que el Señor nos premió dada nuestra nobleza y gallardía. Se sentirá como en casa, no lo dude, lejos de todas esas repúblicas bananeras que inmerecidamente nos rodean.

Dos. Maldito Sudaca. La canción pertenece esta vez a Los Prisioneros, contestataria agrupación de rock de los 80. “maldito sudaca, maldito latino / inmundo chileno, peruano, argentino”. La banda juvenil más popular en la historia de la música nacional nos ve de otro modo. Nos iguala con nuestros vecinos, nos define en contraposición al mundo desarrollado, toma partido del lado de los sudacas, como se nos dice despectivamente en el ¿primer? mundo. El tema en cuestión asume con cierto orgullo el rol de oveja negra en el concierto internacional, planteando una fuerte crítica al capital que depreda nuestros ecosistemas y nuestras culturas, y reafirmando una identidad (si es que tal cosa existe) latinoamericana. Efectivamente, en esos años nos sentíamos así, compañeros de desventuras frente a la intervención permanente de los EE. UU., las violaciones a los Derechos Humanos, y en la lucha por la recuperación de nuestras democracias. Latinoamérica era, según otra canción del mismo conjunto, un pueblo al sur de Estados Unidos. Uno sólo. Claro, todo mucho antes del auge económico de los 90, que nos permitió convertirnos en los nuevos ricos del barrio.

Tres. We are Sudamerican Rockers. Otra ironía de Los Prisioneros, que sin embargo permite describir grosso modo lo que nos sucedería luego. La consolidación de un modelo económico se vio coronada con la elección de una Miss Universe chilena (misma que acabaría engendrando al retoño de Carlos Saúl Menem, el querido y recordado ex presidente argentino), teniendo al fin una razón para codearnos con los venezolanos. Encima, recuperamos prontamente la democracia, en jornadas ejemplares de civilidad, que aún hoy nos llenan de orgullo: nuestra propia revolución de los claveles, pero a la chilena, con un lápiz y un papel. Los nuevos gobiernos, esta vez elegidos por la gente, lejos de volver al pasado, se jugaron por administrar el modelo y estrechar aún más los lazos comerciales con Europa y EE. UU., dando lugar a envidiados acuerdos comerciales con las grandes potencias. Éramos los alumnos aventajados de la clase. El desarrollo y la prosperidad asomaban a la vuelta de la esquina. Los vecinos nos pedían a gritos la fórmula para alcanzar status similares. A fines de los 90, recorríamos el vecindario durante nuestras vacaciones exigiendo calidad de servicio, ganándonos un aprecio hipócrita de quienes veían en nuestras visitas una oportunidad económica, pero detestaban nuestra forma altiva de ser. Incluso supimos que en Ecuador se nos llamaba los nuevos argentinos (¿no habremos caído demasiado alto?). Solo nos faltaba igualar sus rendimientos deportivos (al menos ya un chileno brillaba en el Real Madrid), y ya nunca más permitiríamos que vinieran desde allende los Andes a “levantarnos las minas” en nuestras playas. Los programas de televisión comenzaron a importar lo “mejor” de los cuerpos de baile brasileños y colombianos. Nuestros narcotraficantes establecieron sus propios TLC con Colombia y Bolivia… ahhhh, nos cambiaba el pelo… incluso no nos importaba demasiado si el gobierno chileno hacía esfuerzos por zafar a Pinochet de las garras de Baltasar Garzón. En Chile, la vida si era un carnaval.

Cuatro. Todo Cambia. No era tan verdad. Efectivamente Chile creció económicamente. La visión que los vecinos tienen de nosotros es la de un país próspero y estable. Sin embargo, la gran mayoría, esa que recorría Cuzco y Quito, el Caribe, París para el Mundial de Francia, costeando sus viajes con consecutivos créditos, comenzó a bajar la cabeza. Si, ingresaban más, cada vez más, dólares y euros. Más de un millón de chilenos dejaban de ser parte de la estadística (elaborada con los parámetros de los 80) de la extrema pobreza. Sin embargo, el Chile visto por los vecinos era sólo para algunos. Informes internacionales hablaron de la brecha en la distribución del ingreso, donde una vez más destacaba Chile, con la peor del continente. Claro, había más riqueza, incluso aumentaba el salario mínimo, pero el costo de la vida había subido en la misma proporción, y el 20% más rico se seguía repartiendo el 60% de la torta, mientras que el 20% más pobre se conformaba apenas con el 4%. Se avanzaba, es cierto. Más y mejores caminos, 12 años de educación obligatoria, aumento en la cobertura de enfermedades catastróficas. Sin embargo, la equidad aparecía como un problema sin solución…

Bonus track. Michelle, ma belle. Sin más presentación. Es la canción favorita de la nueva Presidenta de la República. Suena raro, ¿no?... Presidenta… y parece no ser casual. Michelle Bachellet no solo es la primera mujer en Sudamérica que llega a la presidencia por voluntad ciudadana, sino que también su candidatura surgió de algo muy parecido al clamor popular, relegando a un segundo plano a los tradicionales candidatos definidos en las mesas políticas de los partidos. Era la Ministra de Defensa que sufría un ataque de risa durante el desfile militar de Fiestas Patrias. Fue la Ministra de Salud que presentó su renuncia al cargo cuando no logró cumplir su promesa de eliminar las largas filas en los consultorios de atención primaria, si bien los tiempos de espera se habían reducido considerablemente. La gente le creía. Era también la hija de un general constitucionalista que falleció como consecuencia de las torturas aplicadas por sus propios compañeros de armas. Encarnaba alegría, consecuencia, reconciliación con el pasado. Cuando su victoria en la urnas, medio millón de personas copó las calles de Santiago para celebrar. Las mujeres lucían bandas presidenciales al pecho, y hasta hoy caminan con la frente mucho más en alto por la ciudad. ¿Signo de nuevos tiempos? Es muy probable. Continuadora del gobierno anterior, reconoce todos y cada uno de los temas pendientes. Los vecinos ven con simpatía y esperanza este hecho. Otras mujeres esperan seguir sus pasos en Perú. Los chilenos, en general, más allá de que candidato hayamos apoyado al momento de votar, nos sentimos expectantes frente a este nuevo liderazgo. La llegada de Michelle al poder desencadena una vez más el que me parece ser un rasgo distintivo de nuestra identidad (si es que tal cosa existe): la extrema polaridad de nuestros estados de ánimo. Cuando estamos mal, somos los que peor estamos. Cuando estamos bien, nadie está mejor que nosotros.